La violinista será solista y directora en el concierto que la Orquesta Usach dedicará a Las cuatro estaciones de Vivaldi, que se realizará este martes 20 de junio en el Teatro Aula Magna. En esta entrevista habla de ese programa, de sus casi 30 años en Europa y de los motivos que tuvo para comenzar a dirigir.
Ana Liz Ojeda (Valdivia, 1974) recuerda con exactitud el día en que dejó Chile: 7 de enero de 1993. En esa fecha tomó un avión con rumbo a Estados Unidos para perfeccionarse en la interpretación del violín, el instrumento que su padre le había enseñado desde niña, y nunca más volvió a vivir en el país. Desde entonces, ha hecho un recorrido brillante y plagado de estaciones en naciones diversas.
Primero, en 1996, cumplió su deseo de irse a Europa y viajó a Detmold, Alemania, donde estudió hasta 2004. Luego se convirtió en solista de segundos violines de la Orquesta Sinfónica de Milán Giuseppe Verdi, pero pronto quiso enfocarse en el violín barroco. Para eso, estudió con el violinista japonés Ryo Terakad, en Países Bajos, y se perfeccionó con Stefano Montanari en la Scuola Civica di Música en Milán. Así, en 2007 se integró a la Accademia Bizantina que dirige Ottavio Dantone, uno de los ensambles más prestigiosos a nivel internacional en el mundo de la música barroca, donde hoy es solista de segundos violines. Con ellos continuó acumulando kilómetros, actuando en ciudades como Nueva York, Toronto, Barcelona, Madrid, Londres, París, Viena, Roma y Hong Kong.
En medio de ese ajetreo incesante, Ana Liz Ojeda está haciendo ahora una parada en Santiago: este martes 20 de junio (19:30 hrs.) será la solista y directora invitada del concierto que la Orquesta Usach ofrecerá en el Teatro Aula Magna, con Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi (1678-1741) como atractivo principal. Las entradas son gratuitas y están disponibles en el sistema Portaltickets.
Terminado ese concierto, sigue en movimiento: viaja a Alemania para tocar con el ensamble romano Concerto de Cavalieri, en el festival veraniego que Magdeburg le dedica a Georg Philipp Telemann (1681-1767). Luego, tiene presentaciones y otras actividades en Italia, con la guitarrista Laura La Vecchia, el cuarteto Il Tetraone y, nuevamente, con la Accademia Bizantina.
Entre idas y vueltas, ese ensamble fundado en 1983 se ha transformado en una suerte de hogar: “Son personas tranquilas y cariñosas, que respetan mucho las opiniones de los otros. Me siento realmente como en familia, nos sentimos muy unidos”, dice. “La Accademia funciona como una cooperativa que tiene socios, entonces tenemos reuniones y tomamos parte en algunas decisiones. Musicalmente, es un estudio muy intenso y he tenido la suerte de aprender mucho de Ottavio Dantone. Aunque él no es violinista, creo que en estos años he aprendido tanto o más que durante mis años de estudio”.
Su preocupación más inmediata, sin embargo, está en Chile. Durante los últimos días ha estado en el Teatro Aula Magna para preparar el concierto con la Orquesta Usach y encontrar su propia interpretación de la popular serie de conciertos de Vivaldi que pasó a la historia como Las cuatro estaciones. Para eso, explica, no hay que perder de vista la relación que la música tiene con el idioma italiano y con los poemas que acompañaban la partitura: “Es música programática. Son sonetos inspirados en cada estación, muy ilustrativos, y musicalmente es lo mismo”.
“No quiero transmitir muchas ideas nuevas, de colores o tempos diferentes. Así como la lengua italiana es un idioma que tiene que ser claro y con muchas consonantes, mi discurso musical, retórico, también debe ser claro. Lo que quiero es fijarme en las articulaciones y respiros, ese tipo de cosas. Estoy segura de que todos los violinistas de la orquesta son capaces de tocar Las cuatro estaciones, pero mi idea es compartirles estas ideas sobre el idioma italiano, la claridad y el lenguaje”.
¿Cómo se aborda una obra que es tan conocida entre el público y los músicos? ¿Es un elemento que consideras en la interpretación?
No quiero que esto suene mal o se malentienda, pero generalmente la música barroca se toca de una forma más o menos automática, acá en Chile y también en Italia. Estoy hablando de músicos y orquestas que no tienen contacto con la interpretación filológica, que no se dedican solo a esto, y están acostumbrados a escuchar esta música de una forma en particular. Lo que yo pido es un poquito de reactividad respecto de algunas pausas retóricas y respiros. Dentro de una frase hay varios elementos y quiero que se identifiquen musicalmente. Me gusta que se escuche de una forma clara e intensa al mismo tiempo.
En el concierto habrá clavecín, órgano, tiorba y guitarra barroca. ¿Qué importancia tienen en esta obra?
Son importantes para el cambio de color en la orquesta. El bajo continuo, que serían el clavecín, el órgano, la tiorba o guitarra barroca y el cello, es la parte solística de Las cuatro estaciones, junto al violín. Es un rol indispensable, son protagonistas. En general, se usa que el violinista es la estrella, pero no es así. Yo utilizo el clavecín y, en algunos momentos, cambiamos al órgano dentro de un mismo movimiento. Eso es simplemente por la sonoridad, el color, los cambios de afectos musicales. Es un tema interesante.
¿Es algo que se hacía originalmente en la época?
No sé si siempre tenían a disposición un clavecín y un órgano. En Italia lo hacemos de esta forma, intercambiamos momentos de clavecín y órgano, simplemente por este tipo de expresividad y afectos musicales, como te decía. Estéticamente funciona de esta forma. Y es más entretenido.
¿Qué valor tiene para ti tocar Las cuatro estaciones completas? No siempre se hace así…
En Europa, ahora los colegas dicen que por el cambio climático ya no existen las cuatro estaciones, así que hay que tocar solo el “Invierno” y “Verano”, así te ahorras nervios y energía (risas).
No, es un gran desafío, es emocionante y estoy curiosa por saber cómo resultará. A algunos de los colegas de la Orquesta Usach los conozco hace tiempo, porque en 1992 trabajé acá, cuando el director era Santiago Meza. Estuve como cinco meses, justo antes de irme de Chile, entonces es bonito trabajar con personas que conocí en esa época.
¿Ser directora y solista es algo que estás haciendo habitualmente?
Empecé hace un par de años. En 2022 vine a dirigir la Orquesta de Cámara de Valdivia, porque su director titular, Rodolfo Fischer, me invitó a dirigir dos semanas, y entonces no imaginaba que me iban a salir más conciertos este año, dirigiendo y tocando. Lo que tengo que decir es que dirigir me gusta más que tocar.
¿Por qué?
Me siento satisfecha. Me gusta que la gente entienda y pueda reaccionar a mis ideas musicales. De esto me di cuenta en 2019, cuando hice una cátedra de violín moderno en la Universidad de Talca. Un día se me acercó una profesora de canto porque sus alumnos estaban preparando arias de La flauta mágica, de Mozart, y necesitaban una pequeña orquesta para hacerlas en concierto, así que la armé y dirigí el proyecto. Me sentía realizada con esto: me paré y dirigí esta ópera en el teatro de la universidad, sin haberlo pensado mucho. Desde ahí me quedó en la cabeza el deseo de dirigir, pero ha sido sin mucha planificación.
¿Piensas privilegiar la dirección antes que el violín?
Bueno, tocar violín es indispensable para mí, no me puedo detener. Mi actividad musical en Europa es como violinista, es lo que hago para vivir, pero lo de la dirección lo estoy haciendo y me gustaría concentrarme en eso de alguna forma.
¿Qué te pareció atractivo de dirigir?
Yo he sido música de orquesta por muchos años. He trabajado en orquestas sinfónicas y teatros. Tuve la suerte de trabajar dos años en la Orquesta Sinfónica de Milán que dirigía Riccardo Chailly, por ejemplo, y uno se da cuenta de qué director tiene el gesto más claro, qué te entrega y qué te aporta. No digo que un director tenga que ser instrumentista de cuerda, pero fui dándome cuenta de que hay directores que no saben cómo solucionar un problema técnico con un músico que tiene un arco en la mano. Nosotros sabemos, porque tenemos el arco en la mano, hay trucos y formas de resolver cosas que a veces no se dicen en los ensayos. Por ahí empecé a darme cuenta de que mis ideas eran acertadas y a despertar, pero fue casual. No me he concentrado en dirigir ni en prepararme, pero he querido ver cómo un director resuelve diferentes cosas y me entretengo tratando de comunicar mis ideas. Y me doy por satisfecha cuando la orquesta entiende y ejecuta de la forma en que lo he pedido. Eso es maravilloso, realmente, una gran satisfacción. No me esperaba vivirlo.
Rodrigo Alarcón L. – 19/06/2023