Integrante de la Orquesta Clásica Usach hace casi una década, este miércoles 12 de abril (19:30 hrs.) tendrá su primer concierto como solista en el Teatro Aula Magna, donde interpretará la Ciranda das sete notas del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos. En esta entrevista habla de esa obra y explica cómo descubrió el instrumento cuando era un colegial.

Alejandro Vera. Foto: Mila Belén.

Alejandro Vera (1991) lleva casi una década como primer fagot de la Orquesta Clásica Usach, pero todavía puede encontrar nuevos retos desde esa posición. El próximo miércoles 12 de abril (19:30 hrs.), por ejemplo, será la primera vez que actúe como solista durante un concierto de temporada en el Teatro Aula Magna Usach.

Ese día interpretará la Ciranda das sete notas, una breve pieza para fagot y orquesta de cuerdas del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos (1887-1959). Lo hará bajo la conducción de David del Pino Klinge, en un programa que se iniciará con la Obertura Coriolano de Ludwig van Beethoven (1770-1827) y finalizará con la Sinfonía “El reloj” de Joseph Haydn (1732-1809). Las entradas son gratuitas y pueden encontrarse en la plataforma Portaltickets.

Titulado como intérprete en la Escuela Moderna de Música, Alejandro Vera comenzó sus estudios musicales en el colegio Nocedal de La Pintana, donde tuvo clases con la fagotista Paulina González, su actual compañera de fila en la Orquesta Clásica Usach. Luego de tocar en la Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana y la Sinfónica Nacional Juvenil, en 2015 se incorporó como solista al elenco de la Universidad de Santiago. En paralelo, ha sido parte de conjuntos de cámara, como el Quinteto de Vientos Usach, el Ensamble Música Actual y el Quinteto Coda, entre otros.

Y aunque en 2018 abordó como solista el Concierto para fagot de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), lo hizo en el Centro Cultural de San Antonio y en una serie de conciertos educacionales. Por lo tanto, este será su debut como solista en el Teatro Aula Magna Usach.

¿Cómo descubriste esta obra?

Apareció en la pandemia, en esos días en que uno estaba medio lateado. En Spotify pillé la versión de Gustavo Núñez, que es un fagotista uruguayo que trabaja en Alemania, y me encantó. Busqué la partitura, la miré y me pareció imposible. La estudié un poco, traté de hacer una pasada completa y no llegué ni a la cuarta parte, quedé tirado (risas). Así que empecé a estudiarla. Siempre la tenía detrás de mis partituras obligatorias, para echarle una mirada, y el año pasado ya sentí que podía tocarla, así que la postulé para esta temporada y me quedé todo febrero estudiando en casa. Tocarla ahora significa mucho para mí, por todo lo que implicó la pandemia, que fue una época triste. Mucha gente se cambió de profesión, quebró o perdió sus trabajos, y me recuerda eso. Me pareció adecuado tocarla para cerrar el ciclo.

La relacionas con la pandemia, aunque no tiene nada que ver con su origen…

Fue mi primera impresión. Después me llamó la atención el nombre. La ciranda es una danza tradicional en Brasil. Es una ronda, un círculo de gente bailando, y cuando es mucha la gente se hacen dos o tres círculos. Eso se encuentra también en la obra: al principio es pura cuerda, parten los violines haciendo la melodía de siete notas, Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si, y por abajo tienes el cromatismo de los cellos y los bajos. Esos son los dos círculos, hay dos rondas todo el tiempo. Y le da énfasis a las siete notas de la escala de Do mayor. Va haciendo cambios, pero todo el rato están las siete notas.

¿Por qué la melodía parte en Sol? Porque el número 7 tiene muchas relaciones con la obra. Son siete notas. El fagot parte en Sol, que es la nota número siete en el sistema europeo, que parte desde el La. Le da el adorno al violín, porque en italiano se dice “violino”, una palabra que tiene siete letras. Después toca un pasaje hermoso con el violoncello, que es un instrumento que él relaciona con su apellido, porque ambos parten con V y tienen tres O. Además, el número 7 tiene relación con su vida, porque él nació a los siete meses y en 1887. O sea, todo está calculado y tiene un por qué. Esa relación entre números y notas también tiene que ver con la influencia de Bach, donde se pueden encontrar ese tipo de cosas.

Foto: Mila Belén.

Musicalmente, ¿qué te atrajo?

La dificultad técnica y la resistencia. Tienes que llegar desde el Si bemol grave hasta el Re sobreagudo y eso es súper difícil. En general, como primer fagot no te preocupas mucho de los graves, pero acá estás muy expuesto. Hay pasajes como el de la parte central de la obra, que es el más oscuro, que tiene ligados desde el Do sostenido sobre la pauta hasta el Mi bajo la pauta. Esa dificultad me llamó la atención. También lo hermosa que es la melodía del centro y el final… para qué te cuento. Es muy bonito.

¿A qué te refieres con resistencia?

Hay que aguantar todo el rato, llegar al Do pianissimo del final sin morir (risas). Es un esfuerzo físico y de embocadura, que es como se llama al poner la boca en la caña del fagot, con toda la tensión que se produce ahí. También me llamó la atención por la dificultad de algunos trinos que no conocía y porque quería meterme más en Villa-Lobos, al que no conocía tanto. Después me di cuenta que había escuchado la obra en Femusc, un festival al que asistí en 2018 en Brasil, pero no me acordaba.

¿Qué valor le das a incluir música de un compositor latinoamericano entre obras de Beethoven y Haydn?

Creo que es como decirle al público que en la música clásica también existe Latinoamérica. Esta música es de nosotros, es música latina y es más cercana. Es como decir: ¿por qué hacemos tanta música europea? Hagamos algo más latino.

¿Cómo te incorporaste a la Orquesta Clásica Usach?

Hubo un concurso y me avisó mi amigo Diego Agusto, el oboísta actual de la orquesta, con el que hemos tocado toda la vida juntos. Yo nunca había concursado en una orquesta profesional, estaba en la Sinfónica Nacional Juvenil, pero tenía 23 años y ya me tenía que ir. En ese momento estaba pasando por un momento difícil y le dije a Diego que no iba a concursar, pero que me avisara si quedaba desierto. Y quedó desierto, así que se repitió y ahí me preparé. En la primera parte tuve que tocar el primer y segundo movimiento del Concierto para fagot de Mozart y en la segunda etapa había que hacer extractos de orquesta. Concursamos tres personas y nos quedamos esperando los resultados en el camarín. El director era Nicolas Rauss y me acuerdo que bajó, muy serio, y preguntó quién era el concursante número 2. ¡Yo!, respondí. Él me miró extrañado, creo que me vio cara de guagua, y me dijo que había ganado, pero estaría a prueba por seis meses, así que no sabía si ponerme a reír o a llorar (risas). No lo podía creer: era mi primer concurso y gané. Lo de la prueba se hace siempre, pero yo no tenía idea, así que conté los meses. Cuando se cumplieron, me acerqué después de un ensayo, todo pollito, y le pregunté a Nicolas Rauss: maestro, ¿pasé mis meses de prueba? Él se río y yo no entendía por qué. Miró a Oriana (Silva, concertino de la Orquesta Clásica Usach), y le dijo: “Alejandro pregunta si pasó sus meses de prueba”. Y Oriana también se rió. “¿Eso te responde?”, me dijo él y seguía riéndose.

 

¿Cuántos años tenías cuando empezaste a tocar fagot?

11 ó 12, por ahí. En los primeros años fue incómodo, no le tenía mucho cariño, pero me gustaba la música porque te saca del mundo y te lleva a un lugar bonito. Yo estaba en un colegio técnico, desde las 8 de la mañana hasta las 5 y media de la tarde, con puros hombres… imagínate. Los ensayos me distraían. Siempre me ha costado expresar sentimientos, pero aquí mi compadre (señala al instrumento) hace de canalizador.

¿Tú elegiste el instrumento?

Creo que el fagot me eligió a mí. En mi colegio había una orquesta y yo quería tocar, así que esperaba al director en el portón y le decía que quería ser parte. Un día me dijo que fuera ¡y audicioné para todos los instrumentos! (risas). Creo que solo me faltó la percusión. Yo no tocaba nada, ni siquiera guitarra, pero se me hizo más fácil con los instrumentos de viento. El clarinete lo hice sonar, pero lo encontré raro. Con los bronces… nada, un cero a la izquierda. Me gustaron la flauta traversa y el fagot. El fagot lo encontré raro, gigante, pero se me hizo fácil hacer sonar la caña. El profesor de música me escuchó un día, cuando sonaba como una vaca mugiendo, y me dijo que el fagot llegó a mí. Fue como poner los dedos y listo, me quedaba cómodo. Por eso creo que el instrumento llegó a mí.

Es poco común que un niño sepa lo que es un fagot…

Es raro el fagot. Ahí empieza otro proceso, que nadie te advierte, y es que tienes que andar con una foto para explicar qué es un fagot cada vez que te preguntan qué tocas (risas). Pero ha sido un lindo camino, me encanta. Durante la pandemia me pregunté si podía seguir tocando fagot toda mi vida.

¿Por qué?

Porque la situación se puso difícil. Perdí la mitad de mis trabajos haciendo clases y me pregunté si podía vivir de la música. Me replanteé todo, me pregunté qué estaba haciendo al vivir de una pasión como es la música. Después le conté a mi familia y mis amigos y me dijeron que estaba viviendo un sueño, que lo disfrutara. En ese momento solté un poco el fagot, a lo más una semana, y me di cuenta de que no puedo estar sin tocar. Andaba estresado, me dolía la cabeza, pero tomaba el fagot y se me olvidaba todo. Se me quitaban hasta los dolores. Es terapéutico, totalmente.

Rodrigo Alarcón L. – 10/04/2023