Establecido en Alemania, el compositor chileno habla de KA-325, la obra que le comisionó la Orquesta Usach y será estrenada en el concierto de este miércoles 19 de junio (19:30 horas) en el Teatro Aula Magna.
Christian Vásquez (Santiago, 1969) lleva casi dos décadas viviendo en Bremen. Llegó a esa ciudad en 2006, para estudiar en la Universidad de las Artes con la compositora surcoreana Younghi Pagh-Paan, y armó su vida cotidiana en esa ciudad del norte de Alemania. Desde entonces, sus contactos con Chile se reducen a viajes para visitar a su familia y una que otra conversación con amistades que dejó en el país, donde tenía una incipiente carrera como intérprete.
Vásquez se había formado como flautista y alcanzó a integrar la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil (1993-1997) y la Orquesta Usach (2003-2006), pero mientras tocaba en esta última, se interesó por la composición. Hizo estudios de polifonía y contrapunto con el músico y científico Ricardo Rozzi y luego los continuó con Pablo Aranda y, especialmente, con Aliocha Solovera en la Universidad de Chile.
Desde Bremen ha desarrollado una carrera como compositor que le ha permitido estrenar sus obras en ciudades de Alemania, Suiza e Inglaterra. En Chile, orquestas como la Sinfónica Nacional y la Sinfónica de la Universidad de La Serena han interpretado sus partituras, que también han estado en manos de dos ensambles de música contemporánea que ayudó a fundar: el New Babylon, en Bremen, y el Kommas Ensemble, que agrupa a varios músicos chilenos y alemanes en Colonia.
Ahora una nueva obra de su autoría se escuchará en Santiago: en su concierto del miércoles 19 de junio (19:30 horas) en el Teatro Aula Magna, dirigida por el brasileño Tobías Volkmann, la Orquesta Usach estrenará KA-325, pieza que le fue comisionada y escribió en el segundo semestre de 2023 (información y entradas gratuitas aquí).
En esta entrevista, Christian Vásquez habla sobre la obra, su enigmático título y una inesperada referencia a su infancia en Rancagua.
¿Cómo describes KA-325?
Siempre es complejo hablar acerca de una obra y, sobre todo, de una creación propia, porque la naturaleza de la creación se origina en una subjetividad poética casi absoluta y creo que la música se explica por sí misma. Lo que puedo decir es que tiene gran influencia del impresionismo y el aleatorismo controlado. Es un intento de provocar tejidos armónicos y colorísticos, con fenómenos controlables e incontrolables, propios de un mundo sonoro muy pequeño y silencioso. También es un intento de trasladar esas mismas características a un mundo sonoro fuerte y bullicioso, como cuando se juntan grupos de pájaros. Además, tiene una reminiscencia en la parte final, a la sirena de la Primera Compañía de Bomberos de Rancagua, donde viví muchos años de mi niñez, que todos los días, a las 12:00 horas, se escuchaba con sus característicos y eternos glissandos.
¿Cómo aparecen estos elementos aleatorios?
Hay una parte, muy tradicional por lo demás, que consiste en presentar un material concreto, cosas chicas, y se aprenden tres o cuatro modelos que se van repitiendo en combinaciones más o menos improvisadas. La orquesta tiene que tocar lo que está en la partitura, pero son modelos que pueden ir repitiendo o combinando en forma libre, que tienen una temática muy característica del sonido de los pájaros. Es decir, es una parte aleatoria, pero muy controlada. De todas formas, es algo muy típico de la música contemporánea, sobre todo de Witold Lutoslawki, que me gusta mucho.
¿Y la referencia a Rancagua?
Yo viví mucho tiempo en el centro de Rancagua, por cosas familiares. A los 15 años nos fuimos a Santiago, pero siempre pasaba vacaciones y fines de semana allá. La sirena de los bomberos siempre sonaba a las 12 del día. Empezaba de a poquito (imita el sonido), se quedaba harto rato y luego bajaba hasta el fondo, a un sonido súper grave. Yo encontraba que eso era muy bonito.
¿Y por qué incorporaste esa referencia específicamente en esta obra?
No te lo podría decir de una forma concreta. Es un material que he ocupado en otras obras, del Ensamble Kommas, por ejemplo. Aunque no es la primera vez, ahora está muy presente, realmente quería escucharlo. Encontré que era un buen final y se debe escuchar interesante, porque hay mucha tensión.
¿Por qué se llama KA-325?
Ese título solo hace referencia a una intuición abstracta de la idea que quería desarrollar. En realidad, no le dice nada a nadie, solamente a mí. Tiene que ver con algo irracional o intuitivo. Es la idea en un estado muy sintético y poco definido, solo tenía la dirección hacia donde va.
¿No hay una alusión a algo concreto?
No. O sea, hay una cosita… para la segunda obra que escribí, Aliocha (Solovera) me pidió que buscara un nombre. En ese tiempo, yo estaba interesado en cosas de la mitología egipcia y ahí había un concepto interesante para mí, que era el ka. La traducción más cercana a nuestro lenguaje es la palabra “genio”, una cosa que te caracteriza como algo vivo, una parte del ser, entonces todos son diferentes. Yo lo usé en esa obra y a varias obras le he puesto ese ka. Era una idea que estaba por ahí.
¿No son obras relacionadas?
No. Es lo típico de los compositores que repiten un concepto en diferentes obras, pero no necesariamente hay algo concreto en común, como su estructura, por ejemplo. Es un significado muy subjetivo, pero nada más.
Es un nombre misterioso para el público…
Debe ser, no se entiende nada.
Pero es algo que buscas, ¿no? Si quisieras dar más información, lo harías…
También es para ser consecuente con la idea de que la música en realidad es lo que suena y se percibe. A veces, los nombres no tienen importancia. Como en las sonatas de Mozart o de quien sea, que solamente tienen un número o una tonalidad. La música se percibe.
¿No necesita títulos?
La música absoluta, que le dicen… (risas).
¿Te gusta esa idea? Porque lo dices riendo…
Es que es algo súper académico, pero es la idea de escuchar una música de la que no sabes nada, ni siquiera de quién es, y te fascina. Me gusta esa idea.
Rodrigo Alarcón L. – 12/06/2024