El director titular de la Orquesta Clásica Usach anticipa la interpretación de la Novena sinfonía que la agrupación realizará el miércoles 6 y jueves 7 de julio, junto al Coro Sinfónico Usach, en el marco del aniversario número 173 de la Universidad de Santiago de Chile. “Desde que Beethoven comienza con las sinfonías, todo es diferente”, explica.
Con más de 40 años de trayectoria, David del Pino Klinge calcula por decenas las veces que se ha enfrentado a la Novena sinfonía de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Solo en Chile, estima, la debe haber dirigido unas cuarenta veces, a las que se suman todas las interpretaciones realizadas en otros países.
Es una música con presencia constante y, sin embargo, su encanto es incombustible: “Siempre está en las programaciones alrededor del mundo y tiene un atractivo especial para el público. No todo el mundo tiene claro que la Novena tiene cuatro movimientos, pero todo el mundo tiene claro que hay un último movimiento muy famoso”, dice el director titular de la Orquesta Clásica Usach. “Es una obra que no cansa al público”.
Una prueba de su popularidad se podrá encontrar nuevamente esta semana. Con la Sinfonía Nº 9 en Re menor, op. 125, “Coral” de Beethoven como única obra en el programa, la Orquesta Clásica Usach y el Coro Sinfónico Usach se presentarán este miércoles 6 y jueves 7 de julio (19:00 hrs.), en el Teatro Aula Magna Usach, y las inscripciones para asistir ya están agotadas.
El primero de esos conciertos, sin embargo, se podrá seguir también a distancia: en el marco del aniversario 173 de la Usach, será transmitido en vivo por Radio Usach y el canal Santiago Televisión, y también se exhibirá en una pantalla gigante que se instalará en el frontis de la Usach, junto al Metro Estación Central.
David del Pino estará a cargo de la dirección general de ambos conciertos y, más allá de la constante aceptación de la obra, cree que esta vez hay un condimento especial: “Todas las orquestas la están haciendo este año. ¿Por qué? Por el regreso de la pandemia, porque se considera como símbolo de la alegría, la vida, la amistad, y de alguna manera es un canto de resurrección. Hay mucha Novena en el ambiente y seguramente el próximo año también”, responde.
“La melodía del cuarto movimiento se ha hecho universal y tiene ese simbolismo del texto de Friedrich Schiller. Entre todas las cosas bonitas que tiene, la famosa frase que dice que todos los hombres serán hermanos nuevamente tiene mucho que ver con la Revolución Francesa, el espíritu romántico y la caída de muchos gobiernos dictatoriales. Por primera vez, ese no era un canto de las clases sociales más elevadas -lo religioso del siglo XVII, lo noble del siglo XVIII- sino de la misma gente, el pueblo, en el siglo XIX. Esta obra tiene esa fama de ser la voz del pueblo y ese espíritu nunca cansa”.
Nunca cansa al público, ¿qué pasa con los intérpretes?
Solo en Chile, yo la he dirigido posiblemente casi 40 veces y no recuerdo a un coro que no haya querido cantarla. No es fácil, pero es una obra que emociona y la gente se llena de energía por cantarla. Por otro lado, los coros participan con mayor alegría y entrega porque su parte coral no dura mucho, es solo el último movimiento. En otras obras maravillosas, como el Réquiem de Mozart o el de Verdi, por ejemplo, el coro canta de principio a fin, pero acá se concentran todas las dificultades en un solo movimiento y eso es atractivo para los cantantes.
Como director, ¿qué relación tiene usted con Beethoven?
Soy un entusiasta de Beethoven integralmente, no solo como músico. Él representa un liderazgo social, una revolución social, una protesta social a través de la música. No hay obra de Beethoven que no tenga un mensaje de puño en alto, de protesta contra el sistema…
¿Así de radical?
Todo. Quizás la Primera sinfonía sea la única que se fusiona con lo anterior, pero a partir de ahí… Una cosa que uno nunca debe olvidar es que Viena colapsó cuando murió Beethoven. Las carreteras colapsaron por la gente que venía desde otras partes al funeral. Era una época en que no había radios, grabaciones ni redes. O sea, su música no podía ser popularizada masivamente, porque la única manera era ir al concierto, escucharla y quizás salir silbando la sinfonía, pero cuando él murió sí hubo ese movimiento masificado. ¿Cómo? Porque Beethoven representaba mucho más que solamente música. Era un artista conocido, obviamente, pero se levantaba contra todo lo antidemocrático y sacudía las estructuras anteriores de clases y distinciones sociales.
El texto de la Novena lo escribió Schiller, pero lo habría podido escribir Beethoven. Todos los hombres serán iguales y hermanos: esa era una obsesión de él y hay varias anécdotas que lo prueban. Por ejemplo, cuando estrenó una de sus sinfonías, se le acercó un grupo de gente de la corte a saludarlo y él, que no tenía nada de diplomático y era bastante bruto, simplemente les dio la espalda. Él se podía dar ese lujo, porque esa obra no había sido hecha para ellos, sino para la gente.
La otra anécdota famosa es cuando está caminando con Goethe, se encuentran con el emperador y Goethe hace una reverencia, pero Beethoven no. Hay registros de Goethe contando que Beethoven dijo que no tenía por qué inclinarse ante otro hombre. Esas dos pequeñas anécdotas muestran el espíritu de Beethoven.
Pero hoy cuesta dimensionar todo eso, porque Beethoven -y otros compositores- parece una estatua para la mayoría de la gente…
Claro, más aún cuando no es un producto masivamente popular. Porque claro, el “papapapám” de la Quinta sinfonía lo conoce todo el mundo, igual que la melodía de la Novena y la “Marcha turca” que ocupaba El Chavo del 8, pero eso es el 0,1% de su producción musical.
Además, el público no necesariamente sabe que esas obras tenían elementos muy disruptivos para la época.
Hay muchas cosas revolucionarias. Desde que Beethoven comienza con las sinfonías, todo es diferente. Por ejemplo, después de un siglo en que las sinfonías comenzaban con la tónica, que es la nota principal, su Primera sinfonía comienza con una nota que es como una pregunta. ¡Ya me imagino al público de la época, que esperaba una sinfonía del mismo estilo de siempre! Les sonaría a una equivocación.
Otro ejemplo, en la orquestación: hasta ese momento del siglo XIX los trombones no eran parte de una orquesta, se utilizaban solo a veces, en obras religiosas. La Quinta sinfonía es la primera obra sinfónica de la historia que tiene trombones. En la Sexta los volvió a utilizar y, por supuesto, también en la Novena. También es uno de los primeros que utiliza percusión, en este caso platillo y triángulo, como parte de la obra. Hay muchas novedades que él introdujo y luego se consideran parte de la orquesta. Este tipo de ejemplos, incluso un poco descarados, abundan.
Existen muchas versiones de la Novena sinfonía de Beethoven. ¿Cómo se distingue la versión que presentará usted junto a la Orquesta Usach?
El primer movimiento yo lo hago oscuro y agresivo. Ahí está la amargura de Beethoven: la de siempre contra el sistema, pero también contra su enfermedad y contra sí mismo, por las mujeres que amó y no le dieron bola, su falta de amor. Todo eso está ahí.
El segundo movimiento es una maravilla de música ligera, es bellísimo, muy danzarín. Es el más fácil de interpretar, pero es complicado dirigirlo. Cuando está bien tocado parece fácil, así es como debe sonar. Yo calificaría mi versión de feliz y despreocupada, sobre todo despreocupada. Si logras transmitir ese carácter juguetón a la orquesta, ya está.
Formalmente hablando, el corazón de la sinfonía está en el tercer movimiento, en ese “Adagio” espectacular. Todo lo demás gira alrededor. Ahí está toda la intensidad: no solamente el drama, porque tiene partes muy luminosas, sino que está la mejor música desde el punto de vista de la inspiración, tanto melódica como armónica. Es un universo completo, es impresionante.
¿Es el más difícil?
Musical y técnicamente, seguro. Los violines tienen pasajes endiablados. La madera tiene tanta tensión, necesita tanta columna de aire, que es muy difícil. E interpretativamente, un director que no entienda bien la obra pasa rapidito por el tercero, porque quiere llegar a lo fácil, que es el cuarto. Al tercero se le tiene pánico, porque tienes que bajar revoluciones y tratar de conseguir dos elementos todo el tiempo: el melancólico y el esperanzador, que es típico de Beethoven, las dos cosas una contra otra.
Además tiene partes muy religiosas. Beethoven no se consideraba religioso, pero el texto de la Novena habla del “Señor” que está en la bóveda celestial. Es un movimiento que comienza casi como una plegaria. Tiene una profundidad y serenidad que se convierte en dulzura y luego en melancolía. Definitivamente, hay una visión de él sobre un amor que no logró vivir ni experimentar, pero intuyó perfectamente. Es romántico, esperanzador y religioso.
Y bueno, luego está el cuarto, del que ya hablamos, que es como un buffet, una maravilla.