El director chileno, establecido hace casi una década en el extranjero, debuta con la agrupación en dos conciertos: este miércoles 28 en Quinta Normal y la próxima semana en el Teatro Aula Magna. En esta entrevista anticipa esas presentaciones y recuerda cuando era un estudiante que tenía “esa ilusión” de dirigir al elenco.
“No he planificado nada”. Javier Álvarez Fuentes (Santiago, 1993) vive en Düsseldorf, al oeste de Alemania, y desde esa ciudad ha comenzado a proyectar su carrera como director de orquesta. En la cercana Mönchengladbach dirige a Opus 125, una orquesta amateur con la que ha realizado ambiciosos proyectos, y en la también cercana Bonn, la ciudad natal de Ludwig van Beethoven, lidera a la Bonn Hofgarten Orchester. Para llegar ahí ha recorrido un extenso trayecto, pero él dice que realmente nunca lo planeó. “Siempre quise ser músico, pero para el común de los mortales, partí tarde”, recuerda.
Álvarez reflexiona sobre ese camino porque en los próximos días vivirá momentos especiales. No solo tendrá su debut con una orquesta profesional chilena, sino que liderará dos conciertos gratuitos que, cada uno a su manera, lo transportarán al pasado. Primero, el miércoles 28 de agosto (19:00 horas), dirigirá a la Orquesta Usach en la Casona Dubois de Quinta Normal, la comuna donde vivió su infancia y juventud. Una semana más tarde, el miércoles 4 de septiembre (19:30 horas), volverá a conducir al elenco en el Teatro Aula Magna Usach, donde tuvo algunas de sus primeras vivencias como estudiante de dirección.
Formado en la Universidad de Chile, donde estudia composición con Andrés Maupoint, hace poco más de una década que comenzó a recibir clases de David del Pino Klinge, director titular de la Orquesta Usach, quien entonces también ocupaba este cargo. Junto a algunos de sus compañeros, asistía regularmente a los ensayos del elenco y, alguna vez, le tocó subirse al podio y dirigir algunos pasajes musicales. “Siempre había quedado la idea, para cuando yo volviera y estuviera preparado, de que sería bonito que dirigiera a la Orquesta Usach, porque se transformó como en mi casa. Es la orquesta con la que tuve más relación cuando estaba estudiando en Santiago. Estábamos todos los días en los ensayos y obviamente yo tenía esa ilusión”, recuerda ahora.
En 2015, cuando David del Pino Klinge asumió como titular en la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario (Argentina), Álvarez lo siguió para continuar con su formación. Tres años después, siguió perfeccionándose en la Robert-Schumann Hochschule de Düsseldorf, la ciudad en la que reside hasta hoy. Por eso, en la víspera de sus primeros conciertos con la Orquesta Usach, está particularmente emocionado: “Es una felicidad muy grande”, repite.
El programa para ambos conciertos es el mismo: comenzará con una selección de las Seis danzas alemanas de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), continuará con el Concierto para violín en mi menor de Felix Mendelssohn (1809-1847) -que tendrá a Gustavo Vergara Aravena como solista- y concluirá con la Sinfonía Nº 8 de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
La primera de esas obras, dice, “son pequeñas perlas en el repertorio de Mozart. Uno las mira a simple vista y parecen súper simples, pero las escuchas y te preguntas cómo, con tan pocos elementos, alguien puede lograr tanta belleza. Se corresponden con el estilo del minueto, no hay un hilo temático, pero son de verdad muy finas. Ese estilo bastante noble de Mozart, un poco aristocrático, se nota en esta obra. No tienen la envergadura de las sinfonías y óperas, pero se nota ese genio”.
¿Cuál es tu descripción para la Octava sinfonía de Beethoven?
Está entre dos pilares gigantes: la Séptima, que es complejísima y extensa, y la Novena. La Octava pareciera ser pequeñita, pero me sorprende su nivel de musicalidad y compresión. ¡Es tanta música en tan poco tiempo! Con el nivel de desarrollo que tenía en la Octava, Beethoven ya no necesita tanto material. Si fuera un discurso, no tendría muchas palabras, pero cada una de esas palabras sería tan poderosa, que no quedaría nada más que decir.
¿Podrías detallar a qué te refieres?
El primer movimiento es una demostración de eso. Tiene ese primer tema que irrumpe con un rapto de alegría, después se desarrolla, luego vuelve a aparecer, y uno dice: ¿cómo hizo esto? No pierde energía, no pierde nada. En el segundo movimiento quedan clarísimos los primeros intentos de la libertad que se va a ver en el Romanticismo. Uno tiende a pensar en un Beethoven germánico, armadito, pero acá ya no tenemos que ser esclavos del tempo, hay momentos de flexibilidad, hay técnicas que van cambiando. En el tercer movimiento, hay elementos muy parecidos a (Joseph) Haydn, pareciera que se acuerda un poco de su maestro, pero con una visión distinta. Sale de lo que hasta ese momento se consideraba lindo o prudente. Hay momentos estridentes, un poco caóticos, y es como si luego se disculpara por eso. Hay un pasaje que llega a ser chistoso, por la forma en que se “disculpa” de lo que escribió. Finalmente, el cuarto movimiento es un tren que corre y también hay momentos de humor. Es como si alguien le hubiera hecho una apuesta y lo desafiara a hacer una obra con elementos limitados. Musicalmente es precioso, pero en comparación a los otros tres movimientos, no es tan rico melódicamente. Es una cosa más de ritmo y todo está mediado por la dinámica: qué tan fuerte o tan despacito suena. Ahí uno ve la genialidad del maestro.
Pensando en las tres obras, ¿cómo crees que va a escucharse este programa?
Hoy está tan universalizado este repertorio, que incluso con una obra desconocida, como las Danzas alemanas de Mozart, la gente va a reconocer el estilo. También pasa con Mendelssohn. Me parece interesante pensarla como una música que no nace en el aire, sino en un contexto, una geografía y un tiempo. Incluso cuando la tocamos acá en Alemania, es música de una Alemania distinta. Cuando se toca en Chile, es una especie de viaje musical, una oportunidad para conocer parte de la cultura de un país y un tiempo que ya no nos pertenece. Como una máquina del tiempo. Estas obras son una representación de eso, a través de tres joyas del sinfonismo. Va a ser un viaje súper conciso y concentrado.
¿Va a ser intenso, eso va a caracterizarlo?
Creo que sí. No en un sentido dramático, pero… no sé cómo decirlo. Intenso es la mejor palabra.
Sobre todo pensando en la sinfonía: ¿conciso, directo?
Macizo. Es poquito, pero va a ser… ¡wow!
Es tu primera vez dirigiendo a una orquesta profesional en Chile. ¿Qué valor le das a este debut?
Va a ser una felicidad grande. Yo no voy a Chile hace seis años, así que se juntan cosas muy lindas. Primero, dirigir a la Orquesta Usach, que es como volver a eso que se abrió en noviembre 2014, cuando me dejaron subir a dirigir las Danzas de galanta de Zoltán Kodály, en un ensayo. Además, yo crecí y viví toda mi vida en Quinta Normal, mi familia es de ahí, y siempre veía la Casona Dubois. Con 21 años me fui a Argentina, solo volvía a Chile para fin de año, y desde 2018 no volví más. Todo lo que ha pasado desde entonces, la pandemia, la revuelta social, lo he visto por las cámaras o a través de WhatsApp. Va a ser un lindo reencuentro.
Específicamente, ¿cómo te tomas ese concierto en Quinta Normal?
Cuando uno está metido en un lugar, cuesta notar lo importante que son ciertas cosas. Cuando yo vivía allá, todo el sector de José Tobías era algo cotidiano. Ahí, a lo lejos ves la cordillera, el Cerro Renca… es el telón de fondo sobre el cual se desarrolla la vida. Acá en Dusseldorf, por ejemplo, no hay cordillera ni cerros. Parece una tontería, pero uno está acostumbrado a esas imágenes. Con todo lo lindo que hay acá, uno nació allá y eso marca tu forma de comportarte. No es por sonar melodramático, pero volver al lugar del que uno salió con un sueño, con una expectativa, un poco a la aventura, es como cerrar un ciclo. Es bonito que toquemos en un lugar como la Casona Dubois. Quizás vaya gente que conozco o con la cual hemos visto los mismos lugares y las mismas calles.
¿Cómo fueron tus primeros acercamientos a la música?
La verdad es que yo no he planificado nada. Para el común de los mortales, partí tarde. Desde chico quería ser músico. Cuando tenía 15 años, en el colegio, mi profesor de flauta ofreció un taller y nadie lo quería tomar. Yo estaba a punto de formar una banda de rock con mis amigos, pero me metí al curso. Tenía el “trauma” de no leer partituras, así que me puse a estudiar y me di cuenta de que me gustaba. Tenía todo muy idealizado, había visto algunas películas y quería ser compositor.
En la Universidad de Chile estudiaste composición, con Andrés Maupoint…
Claro, en ese entonces le dije a mi mamá que quería ser músico y, preguntando, llegué al Conservatorio. Vengo de una familia donde no hay músicos y de un colegio de educación tradicional, así que pensaba en carreras científico humanistas, pero me preparé para las audiciones y entré. Tuve los primeros años en paralelo al colegio, solo teoría y piano, y luego empecé a tomar los cursos completos.
¿Cómo llegaste a la dirección?
En ese momento, el maestro David Del Pino era profesor de dirección en el Conservatorio, pero también estaba encargado de la Orquesta de la Facultad de Artes (OFA). Un día, acompañando a un amigo, me senté a mirar el ensayo y me llamó la atención la figura del director. Me acerqué a preguntarle cómo se estudiaba esto, porque no tenía idea. David, muy parco, nos dijo que iba a hacer un examen de admisión y que nos preparáramos. Ahí también estaba Lucas Sepúlveda, que ahora es uno de sus asistentes. Hicimos la prueba y después de un tiempo nos dijo que quedamos. Desde ahí, fue un camino a seguir no más.
¿Abandonaste la composición?
Estuvimos estudiando composición y dirección, en paralelo, pero la estética que se buscaba en el Conservatorio no tenía un enganche conmigo. Me gustó más la dirección y cuando el maestro Del Pino se fue a Rosario, me fui con él. Estuvimos tres años trabajando allá y aprendí un montón, sobre todo del trabajo de director titular, que me encanta. La gestión, el hacer que una orquesta funcione mejor, me apasiona. En Rosario, vi de primera mano el impacto que puede tener una orquesta en una comunidad. Ahí terminó de cuajar que esto era lo que yo quería hacer.
¿Por qué emigraste a Alemania?
Porque tenía que seguir formándome. Al principio fue un golpe, porque había chicos que tocaban piano desde los seis años, habían ganado concursos y estaban muy entrenados. Como yo siempre salté de formación en formación, había cosas que me sorprendieron. Tuve que comprar libros, leer y leer sobre interpretación, historia de la música, estilo, etc. Aprendí a golpes. Con David, en Chile, éramos tres alumnos. En Rosario, yo era el único. Acá empezaron los concursos y éramos 13, todos buena onda, pero igual competíamos por un espacio.
Actualmente diriges dos orquestas. Una de ellas es Opus 125…
En Alemania, las orquestas amateur están muy organizadas. En 2022, esta orquesta hizo un llamado y quedé como titular. La gracia es que les encanta hacer proyectos que salen de lo común, artísticamente interesantes, y me dieron la oportunidad de desarrollar ese lado. La orquesta necesitaba trabajar ciertas cosas, porque lleva 25 años funcionando, la gente se hace mayor y estaba en peligro de dejar de existir. Para que más gente quisiera tocar, teníamos que hacernos conocidos, conectarnos y hacer proyectos fuera de lo común, sobre todo para orquestas amateur.
¿Qué proyectos han hecho?
Hicimos dos, de los cuales hablo con cierto orgullo. Uno fue “Danzas del mundo”, donde el hilo conductor fue el concepto de danza, desde el Barroco hasta el presente y desde Europa hasta Latinoamérica. La idea fue presentar música que no es conocida, sobre todo en lo latinoamericano. Hicimos repertorio del Perú, de Enrique Soro, de Astor Piazzolla, pero la gracia fue que hicimos un proyecto educacional. Trabajamos con chicos de un colegio, que tenían entre 10 y 17 años. Ellos no tenían idea de música, pero eran unos frikis de la tecnología, así que su trabajo fue documentar todo y presentarlo en el mismo concierto, como una muestra artística paralela. Como en Alemania la interculturalidad es grande, había obras de Dvorák y había chicos de República Checa; había un peruano y había música peruana; había rumanos y teníamos las danzas de Béla Bartók. Logramos mostrarle a la gente que hay algo más que lo que vemos en Europa, pero sobre todo, salir de lo anecdótico y exótico. Que vieran, conocieran y escucharan músicas distintas.
¿Y el segundo proyecto?
Fue más ambicioso. La orquesta necesitaba hacer cooperaciones, sobre todo para ganar fondos, así que hicimos una colaboración con las dos clases de guitarra de la Escuela Robert Schumann, que son súper renombradas, para tocar el Concierto andaluz de Joaquín Rodrigo. Para completar un programa español, hicimos El amor brujo, de Manuel de Falla, y el Intermezzo de la ópera Goyescas, de Enrique Granados. Como todas las escuelas de música, amateur y conservatorios, hacen conciertos una vez al semestre, le pedimos a los profesores que los organizaran cerca de nuestro concierto e hicimos recitales paralelos, entonces se encontraron los niños, que están aprendiendo como hobby, con estudiantes de guitarra, que han ganado concursos.
La guinda de la torta fue una cooperación ya no solo con el taller del concierto anterior, sino que invitamos a otras dos escuelas más, que tienen sus diarios escolares y fueron a documentar todo. Hicimos un ensayo abierto, le hablamos a los niños de la guitarra, de la orquesta, y los chicos estaban flasheando. Como la música clásica no es lo de ellos, fui al colegio para contarles sobre El amor brujo. Además, para el concierto llevamos a una cantaora de España, que fue lo más lindo. Para una orquesta amateur, traer una cantaora desde Algeciras no es normal. Fue estresante, porque ella solo podía llegar al ensayo general, pero lo hizo increíble.
Se nota que trabajar en la gestión te motiva mucho…
Es que en Latinoamérica, sobre todo, tienes que hacer todo. Acá, las orquestas le han dado esa parte a consultores externos, a gerentes, y se pierde esa magia. Ellos ven un Excel, cómo ser rentables, pero no está esa magia de hacerlo tú mismo. Cuando tú sabes todo lo que se hizo, puedes pararte frente al público y explicarles. Cuando hicimos ese concierto, le dije al público que no quería que la obra quedara en lo exótico. Les traduje los textos y les conté de qué se trataba, para que entendieran la música. Y la gente engancha. Después se me acercaban y me decían que habían entendido lo que se cantaba. Ahí te das cuenta que la gente valora esa conexión, se siente incluida.
Rodrigo Alarcón L. – 27/08/2024