El compositor habla en profundidad sobre Desentonada 4, la obra que el Quinteto de Vientos Usach grabó en un nuevo disco de Aula Records, inspirada en los códigos ancestrales de la cueca.

Julio Hernaiz. Foto: Fernanda Amaya.

“Desde chiquitito, tengo una fijación con el número siete. Bugs Bunny decía que era el número de la suerte, entonces yo asumí que iba a tener suerte en todo si es que perseguía ese número. En el fútbol, mi camiseta es la número siete”. Esa combinación de superstición, recuerdo infantil y cábala deportiva es una inesperada explicación para un asunto creativo: por qué un ciclo creativo culminará luego de siete obras.

Quien habla es Julio Hernaiz (Concepción, 1990), un compositor, pianista y director formado en la Universidad de Chile, donde tuvo clases con Fernando Carrasco y Virna Osses. Como estudiante, fue cofundador de La Chile Big Band, la cual siguió integrando como pianista. Simultáneamente formó un proyecto paralelo, la Orquesta Popular, enfocada en un repertorio de tangos, boleros y valses. En medio de todo aquello, Hernaiz desarrolló un catálogo de composiciones que han sido tocadas por orquestas y ensambles de cámara locales.

Entre esas piezas están las Desentonadas, ciclo que se inició hace más de una década con una obra para cuarteto de cuerdas tocada durante un examen universitario, y que luego se proyectó en el tiempo. La Desentonada 2, para piano y vibráfono, se puede escuchar en el disco Nueva transición (Aula Records, 2023) que rinde homenaje a Guillermo Rifo, uno de los principales referentes de Hernaiz. Por su parte, la tercera Desentonada, para guitarra sola, nunca se ha tocado. La Orquesta de Cámara de San Miguel estrenó la quinta (2021) y la Sinfónica Municipal de Copiapó hizo lo propio con la sexta (2023). “La séptima Desentonada la reservé para La Chile Big Band y va a ser una obra para big band, cantores y relator. Mi idea es cerrar el ciclo con una obra creada especialmente para mis compañeros, celebrando los diez años de la big band”, explica.

¿Y la cuarta? Tal como la segunda, se puede escuchar en un disco recién publicado por Aula Records, el sello discográfico de la Usach. Disponible en formato digital y en una edición limitada en vinilo de diez pulgadas, Desentonada 4 fue grabado por el Quinteto de Vientos Usach, integrado por Diego Vieytes (flauta), Diego Agusto (oboe, sustituido esta vez por Ronald Barrios), Alejandro Vera (fagot), Pablo Valdés (clarinete) y Sebastián Villegas (corno francés).

Creada en plena pandemia, la pieza es un insospechado cruce entre cueca y música de cámara, con una dedicatoria para el mencionado Guillermo Rifo, el grupo de folcloristas Hermanos Millar y la madre de Julio Hernaiz. En la siguiente entrevista, el compositor explica cómo nació esa música, cuál es su relación con el Quinteto de Vientos Usach y qué aprendió de cada uno de esos héroes personales.

 

¿Cómo se originó la Desentonada 4?

En el 2019, Pablo Valdés y Alejandro Vera escucharon a La Chile Big Band y me pidieron una especie de concierto solista, o sea, que el quinteto tuviese una función de solista frente a la big band. Después, durante la pandemia, Pablo fue mi compañero de casa y cuando se podía salir un poco nos juntábamos con Diego Vieytes. Ahí, Diego me dijo que había escuchado estas obras con música de raíz folclórica y que le gustaría que hiciera algo así para el Quinteto de Vientos Usach. Empecé a escribir un primer movimiento que estaba pensado para que cada uno pudiera grabar en su casa, pero entonces se empezaron a hacer conciertos de cámara en el Aula Magna de la Usach y Diego me dijo que alargara la obra porque iban a poder tocar todos juntos. Entonces hice un segundo movimiento que se divide en dos partes, igual que en las cuecas, donde los movimientos tienen el nombre de patita. En la obra hay una primera patita y en el segundo movimiento va la segunda y tercera patita. Es algo que se hace de repente, cuando las últimas dos cuecas de la patita están dentro del mismo tono, pero tienen otras melodías y letras. Haciendo esa similitud con la cueca, también se toma vino y se hace un brindis que, en realidad, es un agradecimiento.

¿Cómo trabajaste con el Quinteto de Vientos Usach?

Ellos me conocen desde hace mucho tiempo. Con Pablo y Diego nos conocemos hace más de 14 años, entonces hay una amistad profunda y todo se genera sobre la base de eso. Fue bacán trabajar con ellos porque son excelentes músicos. No es porque sean mis amigos, ¡pero son muy capos! Diego Vieytes es muy buen flautista. “Ale” Vera es un capísimo del fagot y Pablo del clarinete. Diego Agusto no pudo tocar porque tuvo contacto estrecho de Covid-19 y lo reemplazó Ronald Barrios, quien llegó en una semana y tocó todo. Fue brígido, porque es como jugar a la pelota: uno está acostumbrado a jugar con ciertas personas y sabe por dónde se mueven en la cancha. Cuando sale uno, por más que el otro sepa su música, te desconfigura un poquito el panorama, pero el “Roni” llegó a apagar el incendio. La música es difícil, escribí unos pasajes rápidos y virtuosos, pero él lo hizo súper bien. El “Seba” Villegas es el que menos conozco, pero le puse cosas brígidas al corno y también lo hizo muy bien.

¿Qué recuerdo tienes de ese trabajo, con todas las restricciones de la pandemia?

La pandemia mermó todo sicológicamente, no se podía hacer nada. No tenía sentido ser compositor porque nadie podía tocar. A mí me pilló con un equipo muy básico y no podía grabar ni producir nada. Estaba en la prehistoria y las únicas personas que me permitían funcionar en ese estado eran los cabros. Sinceramente, me sacó del atrapamiento de la pandemia que me tenía bajoneado. A ellos los tenía igual, pero por lo menos podían tocar. A mí me dieron la posibilidad de participar en un momento en el que no estaba funcionando nada.

Una forma de describir el ciclo de Desentonadas es como un cruce de folclor y música clásica, ¿te acomoda esa definición?

Me gusta. Todo esto lo hice por Guillermo Rifo: él fue todo. Siempre me gustó el folclor. Mi vieja me enseñó a bailar cueca cuando tenía seis años y eso se mantuvo intacto. Después, empecé a estudiar contrabajo, llegué a los Hermanos Millar y con ellos conocí el folclor latinoamericano. De ahí no me solté nunca, de ninguna forma. Cuando cumplí 17, Rifo fue a dirigir la Sinfónica de la Universidad de Concepción y llevó sus arreglos de Violeta Parra. Antes, él había ido a dirigir el concierto de septiembre y también ahí me topé con los Aires chilenos de Enrique Soro. Mi música tiene mucha influencia de Rifo y Soro. Entonces, cuando decidí estudiar música me fui a Santiago con la mentalidad de enfocar mis composiciones desde una mirada popular, a pesar de que Rifo me decía que la música es una sola, que uno debe ser capaz de disfrutar con música contemporánea, con Stravinsky, con una cueca de Los Chileneros, con una cumbia, con la Orquesta Huambaly, con Los Tres. Con esa enseñanza, yo dije “por aquí va la cosa”: me gusta mucho el folclor y la música clásica, entonces la única forma de fusionarlas es con este tipo de cosas. Así empecé con la primera Desentonada.

 

Aula Records ya había publicado la Desentonada 2, ¿cuál es su origen?

Cuando estaba estudiando y pasé al ciclo superior de composición, me comuniqué con el “profe” Rifo para darle las gracias, porque yo lo conocí en Concepción y él me dijo que estudiara composición. Yo tenía miedo, le dije que en la Chile no me iban a pescar porque me gustaba la música popular, que quería tener clases con él en la Escuela Moderna, pero no podía pagarla. Conversamos como tres horas ahí en la Sinfónica de “Conce”, él vio mi música y me dijo un montón de cosas bacanes. Entonces, en mi enorme agradecimiento, salió la Desentonada 2, para vibráfono y piano. Extraña y lamentablemente, desde que falleció el maestro, esa obra se ha tocado por lo menos cuatro veces, y no se había tocado nunca antes. Yo la tuve guardada durante más de diez años.

¿Y cómo empezó a circular?

Cuando falleció el “profe”, nos pillamos con Marcelo Stuardo (percusionista de la Orquesta Usach) en el velorio y le pregunté si existía la posibilidad de hacerle un homenaje porque yo tenía esta obra para darle las gracias. No me pescó mucho, pero Stuardo es súper movido. Con su energía característica, un día me llamó y me dijo: “Me conseguí el GAM y vamos a hacer un homenaje al maestro”, con sus alumnos de la FOJI y todos los padawan de Rifo. Hablamos con Tomás Serrano para que tocara el vibráfono, porque él alcanzó a tener un poquito de clases con el maestro, y además fue alumno de Carlos Vera quien, a su vez, también fue alumno de Rifo. ¿Qué mejor? Después, Stuardo me dijo que consiguió a un pianista, un niño de la FOJI… y resulta que ese niño era Jorge Bugueño, al que yo había conocido con 17 ó 18 años en su primer año de universidad. ¡Las vueltas del destino! Se hizo el estreno en el GAM, pasaron unos meses y Stuardo me dijo que se podía grabar para un disco de Aula Records en homenaje al “profe”. Así salió en este vinilo que ha tenido una difusión brígida.

¿Cómo nació tu interés por el folclor?

Lo primero, fue que mi vieja me enseñó a bailar cueca. Todos los años, para el “18”, nadie me tenía que obligar y solito me ofrecía a bailar. Hasta el día de hoy, me gusta mucho. Ahora tengo un entendimiento más amplio y canto, toco en el piano, voy a las ruedas, etc. ¿Qué ocurrió? Como a los 13, 14 o 15 años, poniéndome adolescente, empecé a escuchar a Los Tres. Llegué al Unplugged y descubrí que tocaban cueca. Yo ya tenía mi guitarra eléctrica y vi que hacían folclor y rock, o sea, que se podían hacer ambas cosas. Cuando eres chico tienes esa idea de que si tocas rock, no puedes tocar lo otro. Luego de escuchar a Los Tres escribí mi primera cueca y se la mostré a mi profe en el colegio. Ya había escrito un par de canciones rock para mi bandita y me aventuré con una cueca, pero escribí más versos, como un niño que no sabe lo que está haciendo. Mi profe me dijo que no había escrito una cueca, que había escrito una tonada porque tenía muchos más versos. Yo, huaso porfiado, chico, puntudo, le decía que tenía las rimas, que tenía todo, pero la profe me pasó un librito con la estructura de la cueca, explicando la seguidilla, cómo van las rimas, cuántas sílabas tiene que tener cada verso, etc.

¿Recuerdas qué libro era?

No, porque ha pasado mucho tiempo. Pero ahí hay una conexión: cuando el Quinteto de Vientos Usach estrenó la Desentonada 4, aparecieron los créditos en la tele, sonó “La rosa y el clavel” y me puse a llorar, porque aprendí a escribir cueca con esa canción que eral el ejemplo que traía ese librito. Yo imité esa estructura. Cuando terminó el programa, dije: no pueden haber más rimas emocionales en este estreno.

Julio Hernaiz. Foto: Fernanda Amaya.

 

¿Cómo llegaste luego a los Hermanos Millar?

Primero, fueron Los Tres. Por estudiar en el liceo, yo podía tomar clases gratis de un instrumento en el Centro Artístico de Concepción. A mí me llamaba la atención el violín, pero esa clase siempre estaba llena, así es que me dijeron que podía aprender cualquier otro instrumento, menos el violín. Chuta, dije yo, entonces vamos con el contrabajo. Lo primero que me preguntó mi profe fue por qué quería ser contrabajista. “Es que yo quiero ser como el ‘Titae’, quiero tocar así, con pizzicato”, le respondí. Y él me dijo: “Nooo, ¿Titae? ¡No tiene ni técnica!”. Destruyó a mi ídolo. Me dijo que ahí no se tocaba con pizzicato, que si quería tocar jazz tenía que aprender la técnica, primero con arco, y después hacía lo que quisiera. Así que me metí a contrabajo.

En ese momento, yo ya escribía canciones, así que dije: ¿por qué no escribo música clásica? Me puse a escribir, pero no sabía. Tenía todo malo, todo descuadrado. Me dijeron que necesitaba clases de teoría y armonía, que fuera al Conservatorio (Laurencia Contreras de la Universidad del Bío-Bío), que está al otro lado de la ciudad. Ahí hacía clases Pedro Millar. La clase de teoría era una añadidura a la de instrumento, entonces solo me cobraron teoría y le empecé a llevar mi música a él.

¿Sabías quiénes eran los Hermanos Millar?

Los conocí ahí. Yo andaba molestando con mis partituras a todos los músicos de la Sinfónica que nos hacían clases en el Centro Artístico y tres personas distintas me mandaron a estudiar con el famoso Pedro Millar. Resulta que yo le llevaba mis composiciones, él se entusiasmaba y se quedaba corrigiéndome, pero tenía que hacerle clases a todo el mundo, entonces me dijo que fuera a su casa para revisar las partituras con tiempo. Fui un fin de semana y estaban los Hermanos Millar: la Juana, la Ema, los amigos que tocan de toda la vida con él. Estaban haciendo un asadito y empezaron a tocar chacareras, valses peruanos, joropos venezolanos, bossa nova… y yo, ¡a la mierda! Tenía 18 años y decía: ¿cómo tocan tan bien? Pedro se cambiaba del piano al bajo eléctrico, a la guitarra, al cuatro, agarraba una quena… La Ema Millar tiene una voz espectacular. Ahí me enganché. Hasta hoy, paso gran parte de mi verano en Concepción entre la casa de mi mamá y la de ellos.

Por eso les dedicaste la Desentonada 4…

Les escribo constantemente y les mando mis proyectos. Este verano escuchamos el vinilo (Nueva transición) en la casa de Pedro y fue súper simbólico. También se la dediqué a mi vieja, porque es la primera obra que me comisionan y recibí un pago. Por eso, va dedicada a ellos porque es mi primer trabajo profesional como compositor.

Ese agradecimiento está en el brindis que se escucha en la obra. ¿Está escrito en la partitura, tal cual?

Sí, es parte de la obra y le dije al Quinteto: esto es lo que tienen que decir. Es un brindis por todas aquellas personas que se dedican a cultivar el folclor nacional, porque estamos aquí gracias a ellos. Si no fuera por Pedro, si no fuera por los folcloristas, yo no habría hecho las Desentonadas.

Rodrigo Alarcón L. – 14/10/2024