La Orquesta Clásica Usach se presenta este miércoles 22 de junio en el Teatro Aula Magna Usach, con un programa que incluye obras de Fauré, Piazzolla y Schubert y será guiado por la reconocida conductora colombiana. En esta entrevista habla de su relación con el elenco, su pasión por la música argentina y su visión sobre la Sinfonía inconclusa, que abordará por primera vez en su carrera.
El debut oficial de Paula Torres (Cali, 1972) con la Orquesta Clásica Usach fue en mayo de 2019, con un concierto en Cerro Navia. Pero no era la primera vez que se ubicaba al frente de la agrupación: como alumna de David del Pino Klinge, quien hoy cumple su segundo periodo como titular del elenco, ya se había hecho cargo de conciertos educativos y algunos ensayos del elenco. No era, para nada, una desconocida.
Por eso ahora, cuando se prepara para dirigir nuevamente a la Orquesta Clásica Usach, el miércoles 22 de junio en el Teatro Aula Magna (19:30 hrs., detalles acá), Paula Torres habla de una relación que va más allá de ese concierto realizado hace casi tres años: “Le tengo mucho cariño a esta orquesta, por la alta sensibilidad que tienen sus integrantes”, dice.
Y luego se remonta hacia esos días de aprendizaje, en que la agrupación fue una plataforma para ella y otros directores de orquesta en formación, que pudieron experimentar cómo era hacerse liderar el ensayo de una orquesta profesional: “Siempre he estado agradecida, porque esta orquesta ayudó mucho a que jóvenes directores -que ya no somos jóvenes- hayamos tenido más solvencia, sobre todo los que ya tienen historia como directores orquestales: ‘Pancho’ Núñez, Pablo Carrasco, Lautaro Mura. Todos se pararon frente a esta orquesta que generosamente prestó su profesionalismo para que encontráramos una senda propia”, relata sobre un elenco con el que también grabó un disco dedicado al compositor chileno Carlos Isamitt, publicado por el sello Aula Records.
El presente, sin embargo, es distinto: establecida hoy en Utrecht (Países Bajos), Paula Torres comienza a dejar atrás el fructífero periodo que vivió en Chile. Llegó al país en 2000 y pensaba quedarse por dos años y medio, pero finalmente pasó más de dos décadas. En ese tiempo obtuvo sus títulos de directora coral y de orquesta, hizo clases en cuatro universidades -sobre todo la Católica de Chile- y fundó y dirigió diversos coros, como los ensambles Res Nova e Ikaros. Particularmente positiva fue su experiencia en la ópera de cámara, donde cosechó elogiosas críticas por su labor con el Coro de Cámara de la Universidad Alberto Hurtado (UAH) y el estreno de obras como The rape of Lucretia, de Benjamin Britten; María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla; La Isla de los Peces, de Guillermo Eisner; y Les indes galantes, de Jean Philippe Rameau.
De regreso en Santiago por algunos días, con la Orquesta Clásica Usach prepara un programa que “se pasea por varios estados de ánimo”, según sus palabras: comenzará con la Pavana en Fa sostenido menor, op. 5 de Gabriel Fauré; seguirá conLe grand tango, de Astor Piazzolla, con el solista Javier Farfán en viola; y concluirá con la Sinfonía Nº 8 en Si menor, D. 759 de Franz Schubert.
“¡Me gusta mucho la música argentina, para qué voy a decir que no!”, exclama cuando tiene que referirse a un compositor tan singular como Piazzolla y al género que le dio fama mundial. “Canto todo el tango que me pongas, en el baño por supuesto – se ríe. Tengo una relación muy cercana, desde el corazón, con esa música”.
¿Cuál es el origen de esa relación?
No sé por qué pasa eso. Crecí en Colombia, soy caleña y me bailé toda la salsa. Crecí en una familia a la que le gustaba mucho la música popular latinoamericana, en general. Crecí entre boleros, zambas y tangos. Toda la relación con la música clásica estaba siempre permeada por reuniones familiares donde siempre estaban esos tres géneros. Por supuesto, uno termina mezclando todo eso. Antes de irme a Chile tenía ese amor por la música argentina y no es que haya estado muchas veces en Argentina, pero al estar más cerca ese amor se me alborotó.
¿Cómo describe Le grand tango, la obra de Piazzolla que va a tocar la Orquesta Clásica Usach?
Piazzolla es una suma de acentos, del tango y de todo lo que quieras. La primera parte la veo como una conversación. Como me dijo un amigo, el muy querido bandoneonista Daniel Lewin, el tango siempre es una conversación en las calles de Buenos Aires. Esta es una conversación entre el solista y la orquesta, que en algún momento explota, afirma o se burla. Está en un tiempo de 8/8, que dentro de un esquema más clásico es un 4/4, pero el 8/8 permite hacer combinaciones de tiempos largos y un corto que puede estar en cualquier parte, entonces se te corre el mundo. Es más o menos como habla la gente allá: cuando uno no lo espera, te tiran la frontalidad de esa manera. Es una obra que es como un mosaico de los diferentes acentos del tango, tanto en la primera como en la tercera parte. Entre medio, hay una parte lírica que es muy Piazzolla, una mezcla de todo lo que hizo en los clubes argentinos por las noches y lo que estudió con Nadia Boulanger en Francia.
¿Por qué escogió música de Franz Schubert para este concierto?
¡Los directores corales le debemos esta vida y la otra a Schubert! Él fue profesor de música y fundó muchos coros, tanto de señoras de alta sociedad como de obreros de fábricas, para poder parar la olla a fin de mes. Su lirismo viene de sus canciones, de sentarse al piano y hacer cantar a la gente. Por otra parte, su tratamiento con la orquesta es muy plástico. En sus sinfonías, como en muchas de sus sonatas, sobre todo las tardías y los impromptu, siempre hay melancolía. Cuando no está presente, está al acecho.
Schubert tiene una concepción de la línea melódica que está abandonada a la suerte de su estado de ánimo, entonces puede empezar con un tema tranquilo y melodioso, pero llega un momento en que la oscuridad lo invade y eso termina… no sé si hecho trizas, como Beethoven, pero todo viene de su lenguaje pianístico. Por más que se vuelva dramático, el giro melódico, triste y rupturista, para la orquesta sigue siendo un encuadre benévolo.
Y en particular, ¿qué puede comentar sobre la Sinfonía inconclusa?
Esta sinfonía fue compuesta cuando él tenía 25 años, que es la edad en que le da sífilis. Además de poco glamorosa, es una enfermedad que lo abate física y emocionalmente. Hay gente que dice que la Inconclusa es así porque le faltaron las fuerzas, aunque murió seis años después. Hay que considerar que él escribió otras cosas después de hacer los dos primeros movimientos. Algunas de sus obras eran por comisión, pero era un freelancer, así que no tenía la obligación de terminar todo lo que hacía. Hay diez sinfonías que se conocen de él, pero hay trece bosquejos y uno no sabe qué más hubo.
Por otra parte, hay una investigación de dos musicólogos que dieron con un epistolario que él mantenía con su hermano, donde dice que todo el tiempo siente una melancolía incomprensible y muy profunda, de la cual ya no trata de huir, sino más bien de congraciarse con ella. A los 25 años ya no sentía la juventud ni nada vibrante, en su entorno ni en él mismo. ¡Imagínate, 25 años y decir eso! Es porque ya le pusieron un reloj de vida, sobrevivió seis años con esa enfermedad.
Lo que se ve en esta sinfonía es un alma adolorida, un estado de ánimo que fluye a través de todas las melodías y su transformación y, sobre todo, este lirismo que viene de sus canciones.
¿Es algo que se nota?
Indudablemente, se nota. Además, al ser melodías tan cantabile me llegan mucho más, porque soy directora coral. No soy cantante, pero en Chile gocé de la voz de los cantantes, aprendí y canté con ellos, entonces me enriquecí con la sensibilidad del canto. Eso te pone un cristal a la hora de enfrentarte a cualquier discurso instrumental, lo ves desde una esquina diferente, desde la parte vocal. Por eso me gusta tanto esta sinfonía.