La compositora y artista visual acaba de estrenar un álbum con dos obras para instrumentos solistas, que aluden a los efectos que el cambio climático tiene en distintos lugares del mundo.
Editado en formato digital y vinilo, el registro fue grabado por la flautista noruega Hanne Jones Rekdal y la clarinetista austriaca Anna Koch, en el Teatro Aula Magna Usach.
Roberta Lazo Valenzuela (Santiago, 1991) es compositora y artista visual. Hizo sus primeros estudios en Chile, pero en 2015 emigró a Alemania y luego siguió su formación en Noruega y Austria. En el segundo país vive actualmente y desde allá ha desarrollado un prolífico y diverso trabajo, que abarca música, arte sonoro, instalaciones y pintura.
En el ámbito de la música contemporánea, ha sido parte de variados festivales y ha trabajado con ensambles como Airborne Extended, Ensemble Phoenix, Ensemble Recherche, Ensemble Tøyen Fil og Klafferi y Ensemble Platypus. También lo ha hecho con proyectos locales: en 2022, por ejemplo, estuvo nominada a los Premios Pulsar por Cuchuflí barquillo, una pieza que le encargó el Grupo Percusión Valparaíso, que combinaba instrumentos de percusión y pregones de vendedores callejeros. En paralelo, ha publicado Indoors (2021), Exótic (2022) y Music for evenings (2022), discos que abordan la música experimental desde la voz y recogen influencias de variados géneros.
A esa discografía ahora se ha sumado un cuarto título, Paisajes interrumpidos, grabado en diciembre del año pasado en el Teatro Aula Magna y publicado por Aula Records, el sello discográfico de la Usach. Ya disponible en formato digital, próximamente el álbum tendrá una versión en vinilo de diez pulgadas, con características singulares: las primeras diez copias de esa edición limitada tendrán un arte elaborado con telas por la propia autora.
Desde Lilienfeld, una pequeña localidad ubicada a unos 80 kilómetros de Viena, Roberta Lazo Valenzuela habla en esta entrevista sobre la creación de Paisajes interrumpidos y la colaboración con las dos intérpretes que grabaron sus obras: la flautista noruega Hanne Jones Rekdal y la clarinetista austriaca Anna Koch.
¿Cuál fue el punto de partida de este disco?
La primera obra del álbum, Deshielo invernal o Melting winter, que escribí especialmente para Hanne. Cuando viví en Oslo, nos hicimos amigas. La obra trata de la experiencia de caminar en el invierno noruego y, concretamente, tenía la imagen de una cascada que estaba completamente congelada. Es algo que no he visto en ninguna otra parte del mundo: no era un riachuelo, era una gran cascada y estaba absolutamente congelada. Era una imagen poderosa y lo comentaba con la gente del lugar, pero me decían que estaban tristes porque esta cascada se iba derritiendo cada vez más rápido. Cada año era más corto el tiempo en que estaba majestuosamente congelada.
Yo también empecé a notar ese proceso de descongelamiento, dado que viví ahí todo el invierno y la primavera. La obra trata entonces de esa experiencia de caminar todos los días y ver cómo lentamente se iba derritiendo. Por supuesto, también hace referencia al calentamiento global y cómo afecta a esta parte del mundo. Además, tiene un texto en noruego, que es un idioma que me encantó y sentí que aludía a ese espacio, al frío y la experiencia que tuve ahí.
¿Cómo fue el proceso de componer esta pieza?
Trabajé de la mano con Hanne, realmente fue un trabajo de ir y venir. Yo le mandaba ideas y cuando fui a la ciudad nos juntamos específicamente a trabajar la obra. El texto lo escribí en inglés y castellano. Como a esta altura tengo bastante mezclados los idiomas, voy escribiendo por secciones, en el idioma que es más rico, dependiendo de lo que quiero manifestar. De todas maneras después tenía que traducirlo a inglés, castellano y alemán, porque era parte de un proyecto internacional, y al noruego, porque la obra era para Hanne. Esa traducción la trabajé directamente con ella. El noruego es un súper distinto al castellano, pero yo hablo alemán y hay muchas cosas similares, entonces las frases y los ritmos no eran extremadamente distintos. Había palabras específicas en que yo no tenía las herramientas y Hanne me ayudaba, pero ya tenía la experiencia de trabajar en otros idiomas. No me asusté tanto, por decirlo así.
¿Siempre tuviste la idea de componer para instrumentos solistas?
Muchos compositores se auto imponen desafíos porque sienten que están muy cómodos y necesitan salir de ahí para crecer creativamente. A mí me pasó eso: sentí que estaba estancada en un tipo de composición, siempre para ensambles, generalmente para cuatro instrumentos, y llegó un punto en que necesitaba un desafío. Además, realmente extrañaba ese trabajo colaborativo con intérpretes. Generalmente, cuando te hacen un encargo. el trabajo es un poco aislado. Yo quería tener de nuevo la sensación de trabajar con el sonido mismo, tener el instrumento en las manos, hacer ruido y probar.
Entonces era un doble desafío. Tenía que componer para instrumento solista, que considero más difícil que componer para muchos instrumentos, porque estás como desnudo y tienes posibilidades limitadas. Por otro lado, tenía esta idea de ir súper profundo en el sonido y jugar con las posibilidades tímbricas que un instrumento me podía dar.
¿Hay algo especial en lo que un auditor debería fijarse al escuchar esta obra?
Dado que el texto está en noruego, quise que la obra también se entendiera musicalmente en esa narrativa. Creo que uno puede ir escuchando cómo se va transformando la atmósfera sonora en cada movimiento. Partimos de un sonido y luego se van sacando distintas partes del instrumento, entonces se va tocando con secciones cada vez más pequeñas de la flauta. Esto crea un paisaje sonoro distinto en cada movimiento y alude a los cambios en el paisaje visual y atmosférico, de nuevo en referencia al calentamiento global. Más allá de hacer un comentario o crítica, tiene que ver con la poesía de un paisaje que cambia visual, sonora y atmosféricamente. No solo se está derritiendo, es todo lo que sucede como consecuencia de eso.
¿Cómo fue la creación de Verde degradado o Faded green?
Este fue el siguiente paso de este desafío de componer para instrumento solista. Conocí a Anna al compartir en la escena de música contemporánea en Austria, le mencioné este proyecto y ella me contó que estaba organizando un tour por el mundo, así que podíamos mezclar ambos proyectos. En comparación con la otra obra, que tomó mucho más tiempo, fue directo al grano: nos juntamos, trabajamos las posibilidades sonoras y yo ya tenía una idea mucho más clara, porque tenía la experiencia de componer Deshielo invernal.
Esta obra se trata de una caminata también, pero donde vivo actualmente, en un área campestre. Frente a mí hay un bosque y voy a caminar casi todos los días, entonces en esa experiencia también fui notando cómo el clima estaba cambiando. Cuando llegué a vivir acá, los inviernos eran mucho más largos y el verano no era tan pesado. Los árboles y los animales no están acostumbrados a ese nivel de calor y el bosque entero se ve alterado. El trabajo con Anna se enfocó en eso. Ella es de la misma región, entonces quise trabajar esta experiencia desde mi punto de vista, pero también tomando en cuenta su carácter y cómo toca el clarinete, que tiene una cosa más terrenal e intensa…
¿A qué te refieres con terrenal?
Mi imagen de esta obra son los pies en la tierra y en el barro, subiendo una montaña, y la naturaleza agitada. Tiene una intensidad y una cosa más ruda que no está en la otra obra. En este caso también voy interviniendo el instrumento, pero al revés: parto con la parte de arriba, la boquilla y el cuello del clarinete bajo, y se van agregando partes a medida que los movimientos avanzan. En el último movimiento, finalmente, agrega agua a la campana y eso altera el sonido.
¿Siempre tuviste la idea de intervenir o desarmar los instrumentos?
Viene de la mano con el desafío de componer para solista, porque quería explorar más allá del instrumento clásico. Es algo habitual en música contemporánea, de todas maneras, no lo estoy inventando yo. Quise intervenirlos, meterles cosas, ponerles papeles… y al final lo que más me gustaba era usar sus partes separadas. Me parecía interesante en términos de narrativa, como elemento performativo, y también me ayudaba a ponerme al mismo nivel que el intérprete, de alguna manera. Ambas partíamos sin saber cómo iba a sonar y eso me daba libertad para jugar y descubrir posibilidades sonoras.
En particular, el agua es una técnica que se ha usado bastante. Anna me la mostró cuando estábamos probando y me pareció que tenía sentido con la historia que estoy tratando de contar. Ponerle agua al final tiene que ver con esta idea de llegar a la cima de la montaña, muerta de cansancio y sudor, con el calor abrumador, y lo único que quieres es agua. Es un símbolo de saciar esa sed.
También trabajaste en el arte de Paisajes interrumpidos. ¿Puedes describir lo que hiciste?
Trabajé la portada con restos de telas. Lo que hice fue jugar con las hilachas que quedan en los bordes y crear una especie de horizonte de colores, con estas distintas telas deshilachadas. Este horizonte está enmarcado con otra tela, que tiene un corte ovalado, e hice diez collages distintos para las primeras copias de la edición en vinilo. Después hay otras copias con una imagen digital de una de estas carátulas.
También hiciste el arte de tus discos anteriores, ¿por qué te interesa trabajar ese aspecto?
Lo visual es súper importante en todos mis álbumes. Soy artista visual, pero empecé a incluirlo activamente en mi trabajo un poco más tarde que la composición. Con los álbumes ya estaba trabajando ambas cosas de la mano. El vínculo entre imagen y sonido es un mundo entero, pero en este caso concreto quise seguir la idea de no solo tener un vinilo, que es algo tangible, sino que la portada aportara otra capa de significado y tuviese esta misma cualidad de texturas, colores, movimientos y fragilidad. Que fuera algo vivo.
Rodrigo Alarcón L. – 15/04/2024