El director de Inti-Illimani Histórico reedita su discografía solista a través de Aula Records, el sello de la Usach. En esta entrevista habla de ese proyecto, que incluye grabaciones inéditas, y de su postulación al Premio Nacional de Artes Musicales.

Horacio Salinas ha dirigido a la Orquesta Clásica Usach. Foto: Gary Go.


El de Horacio Salinas (Lautaro, 1951) es un nombre que hoy se multiplica en ámbitos diversos.
No solo se mantiene ocupado como director musical de Inti-Illimani Histórico, sino que también está activo en dos frentes que se relacionan con la labor de compositor que ha desarrollado por más de medio siglo. Por una parte, es candidato al Premio Nacional de Artes Musicales 2022, apoyado por la Universidad de Santiago de Chile (Usach). Por otra parte, anuncia la publicación de
Música imaginada, una colección de cinco discos con su creación solista, a través del sello discográfico de la misma institución, Aula Records.

“Me honra que la Usach respalde esta nominación”, dice sobre el primero de esos asuntos. “De alguna manera, represento una parte de la música chilena que ha sufrido cierta distracción de parte de las autoridades y de quienes piensan en la música chilena. La Nueva Canción Chilena, este movimiento tan sonoro del siglo pasado, que sigue teniendo eco y ha tenido una difusión bastante grande en el mundo como una expresión de arte musical chileno, no ha tenido ese mismo respaldo de parte de este importante premio”.

En esa línea, Salinas también pone otro argumento en la discusión: “En el último tiempo se han premiado distintos aspectos del quehacer musical y no sería malo volver a los orígenes, que era reconocer a compositores que, de alguna manera, lanzan afectuosos vínculos hacia los chilenos y chilenas con su arte, buscando ser sus representantes en la música. Eso se ha ido desdibujando y el oficio del compositor aparece como olvidado. Creo que es necesario volver a los orígenes de este premio, que no tiene otro apellido y no se trata de premiar folcloristas ni académicos, necesariamente, sino aquella música que para todos tiene un significado y constituye un refugio en los tiempos tormentosos que vivimos”.

 

Guitarrista y compositor, Horacio Salinas ha firmado algunas de las melodías más representativas de la Nueva Canción Chilena. Al mismo tiempo, ha construido un repertorio de composiciones para cine, teatro, televisión y danza, entre otros proyectos, que ha quedado inédita o en cassettes y discos compactos oscurecidos por el tiempo. Por eso, junto a Aula Records trabaja en una reedición de ese catálogo: Música imaginada tendrá cinco volúmenes que durante el último trimestre de 2022 estarán disponibles en formato digital y luego también circulará en CD y vinilo (acá más detalles).

“Esta faceta de la composición ha sido bastante prolífica en mi vida y es lo que recupera esta idea de Aula Records”, explica. “Son trabajos que han nacido para acompañar imágenes, que es algo que me parece muy interesante”.

¿Por qué es necesario reeditar toda esa música?

Más allá de la vanidad, que en mi oficio no es un sentimiento muy lejano, creo que es importante cumplir con algo que ya nos advertía Sergio Ortega cuando yo estudiaba en el Conservatorio. Haciendo mofa del escribir música y pasar sonambulescamente por la vida, nos decía: “compañero, hay que evitar componer música para el ropero” (risas). Es decir, para tener las partituras guardadas en cajones, ¡entre medio de los calcetines!

Hacer música es un ímpetu bastante irrefrenable y luego se transforma en querer mostrar. Giuseppe Ungaretti, el poeta italiano, decía que era importante que los poemas contengan un secreto y yo creo que toda música contiene un secreto, porque lo esencial es inefable: yo no puedo explicar por qué y cómo hago lo que hago, por qué me gusta o no me gusta. Esa es una competencia que le corresponde al público, validar el sentido artístico de lo que uno hace, pero haber publicado toda la música que he hecho me habla de un secreto que los otros han entendido, aunque no lo puedan explicar. Ahí se cierra un círculo de enormes satisfacciones. Hacer obras musicales, teatrales, de pintura, cumple con un deber muy noble que es el sentido de utilidad pública del arte, de mostrarnos otro aspecto de la realidad, una fantasía que nos libera un poco de la vida dura y a veces tremendamente racional en la que tenemos que ir caminando. El arte pasa a ser un refugio.

 

Lo más conocido de tu trabajo está asociado a Inti-Illimani y, ahora, a Inti-Illimani Histórico. Más allá de que sean encargos para proyectos puntuales, desde un punto de vista artístico, ¿cuál ha sido tu principal motivación para crear esta música?

No sé bien qué tipo de músico soy, pero he sido favorecido porque me han pedido cosas y eso es un desafío que hay que cumplir. Muchas veces se abren compuertas que son magníficas. Por ejemplo, canciones muy bonitas que hicimos con Patricio Manns, como “Palimpsesto” o “El equipaje del destierro”, nacieron de músicas instrumentales que hice para cine, en Italia. También hay música instrumental del Inti-Illimani que nació para acompañar imágenes, como “Araucarias”, “La ronda”, “El vals”, “Travesura”. Eso me parece espléndido.

Además, nacieron en Italia, en una época en la que era imprescindible salir del agobio del exilio y este monotema que era el dolor por la realidad opresiva de Chile. Eso nos tenía sumidos en la solidaridad y con una disposición amarga, por supuesto muy natural, entonces estas películas constituyeron… uf, una ventana fantástica, que además me fue educando en la composición.

Entonces no hay una frontera clara, hay un diálogo entre ambas cosas.

Sin duda. Finalmente, llegamos a esto que resulta un misterio y es que la música es una sola. En mí hay una disposición anímica y un sentimiento que trato de expresar en cualquiera de los estilos que haga. A veces soy un poco prisionero de eso, la melancolía me traiciona y me encapsula, y trato de huir de eso. Pero esas ya son cosas para conversar más con el sicoanalista…

En Música imaginada habrá obras creadas en contextos muy diversos. ¿Hay algo en común entre ellas?

Hay una obsesión mía, algo que sentí desde muy niño y dice relación con una energía muy linda que veo en la música de raíz folclórica, en el gesto de la comunidad frente a su música. Eso me pasa con la música que escucho en la Fiesta de La Tirana, en la cueca de Los Chileneros, pero también con la música húngara, mexicana, griega o céltica. Bailar una melodía, tomarse por las manos, vivir la música y el baile de esa manera me emociona. Lo mío siempre lo siento muy ligado a la tierra y la gente. Me interesa poco entrar en profundidades muy intimistas. Me gusta cuando los demás toman lo mío y lo hacen propio de manera colectiva. Si se puede hablar de algo en común en la música que he hecho desde el comienzo, desde que hice “Tatatí” o “Alturas”, es el pálpito de la música como una manifestación ligada a la tradición y la vida de la comunidad.

¿A eso te refieres cuando dices que no sabes qué tipo de músico eres?

Bueno, de repente me dicen “maestro”… entiendo que he estado maestreando hace tiempo, pero no me siento cómodo en ninguna categoría. No soy folclorista, pero me encanta el folclor. Cuando tomo la guitarra, toco a Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui, Isaac Albéniz, Agustín Barrios Mangoré, y no concibo mucho lo de hacer unas músicas más importantes que otras. Soy un gran amante de Gustavo Dudamel, que toca un mambo, un danzón de Arturo Márquez o la Quinta sinfonía de Mahler. Tampoco soy un académico, no me esfuerzo porque me entiendan como un vanguardista, un tipo que sale de los cánones o hace música para una elite. Tiendo a considerarme un músico popular, pero en el sentido que hablábamos, del servicio de utilidad pública que tiene el arte. Prefiero eso a componer para el ropero (risas).

 

Dentro de esta reedición habrá un disco muy particular, Remos en el agua (2003), un álbum de poemas musicalizados que fue como un “debut solista”. ¿Cómo lo ves ahora, con el paso del tiempo?

Lo recuerdo con emoción porque nació de un desgarro, como fue mi divorcio con los hermanos (Jorge y Marcelo) Coulon y la ruptura que hubo en el Inti-Illimani. Me sumí en los libros, algo que he hecho toda la vida, y descubrí canciones que luego musicalicé. Lo hicimos con mi hijo Camilo, que en términos musicales me motiva mucho, con Fernando Julio y con Danilo Donoso, que entonces era alumno mío y me pareció muy diestro. Me parece un disco de culto, como se dice hoy. Fue grabado por “Chalo” González, un ingeniero de tantísimos discos, y hay un tema instrumental, “Las violetas”, donde participa Cristián Cuturrufo, una de las grandes figuras de la música, que desgraciadamente desapareció. También aparece mi coterráneo Jorge Teillier, que los lautarinos amamos profundamente porque remueve nuestra infancia y esta nostalgia que es tan importante en la vida. Bueno, es un disco bonito. Tal vez contenga un trazo de tristeza, porque esa separación fue muy dura.

¿Cómo fue presentarlo en vivo?

Hicimos una pequeña gira por lugares del extremo sur. Estuvimos en un campamento por allá por la Patagonia y actuamos en un gimnasio donde el público eran puros militares, como 300 conscriptos. Fueron conciertos lindos, en lugares insólitos, y luego nos rearmamos como Inti-Illimani Histórico, así que ese proyecto quedó en sueño, como dicen los masones.

Pero ahí ya estaba parte de Inti-Illimani Histórico: Camilo Salinas, Fernando Julio y Danilo Donoso.

Claro. Nunca olvidaré que presentamos ese disco en el Teatro Providencia, apareció Horacio Durán y me dijo que quería tocar. Bueno, al poco tiempo nos juntamos todos… todos los que queríamos juntarnos.

 

La colección también incluirá un disco inédito, Río. ¿Cómo nació esa música?

Fue un proyecto que encontré magnífico. Mariela Cerda es una coreógrafa chilena a quien se le ocurrió filmar a un grupo de pobladores de una quebrada, desde Ovalle hacia la cordillera, por el Río Hurtado. Lo que sucedía con una micro que partía a las cuatro de la mañana, en la precordillera, y llegaba a Ovalle. Era gente que llegaba a vender sus quesos de cabra, llevaba a sus hijos al médico, llegaba a depositar sus pocos pesos al Banco del Estado, muchachos que emigraban para trabajar en Chuquicamata. Ella filmó esta pequeña multitud, arriba de la micro, y lo que aparecen son las circunstancias que acompañan ese trayecto: la micro queda en pana, los pasajeros quedan a la escampada, miran el cielo, tiran piedras, conversan, nacen amores. Y toda esa historia increíble fue filmada desde el punto de vista de la videodanza.

Por ejemplo, “Travesura” es una pieza que nació ahí. Ella filmó el desayuno, de madrugada, de una familia que partía en esta micro. Puso una cámara arriba de la mesa, como desde una lámpara, y lo que uno ve es el movimiento de las manos para ir a buscar la mantequilla, dejar el tenedor, tomar el pan, sacar la mermelada. Toda esa vida escondida que tiene el movimiento humano.

¿Cuánto se parece o diferencia de lo que habías hecho antes?

Me motivó muchísimo, porque era ver la realidad con otro compás. En general, no me cuesta encontrar motivos para hacer música, pero el trabajo de Mariela me llevó a inventar una música que nunca antes había hecho.

Otra cosa bonita que aparece son los campesinos que trabajan en la cosecha de la uva y, en general, en los campos aledaños al Río Hurtado. Aparecen organizando sus movimientos en términos dancísticos. Hay una pieza que se llama “El valle” que hice con un pizzicato de las cuerdas y acompaña esta imagen.

“El valle” es el primer avance de esta reedición y va acompañado por otra pieza, “La hostería”. ¿Cómo nació esa?

La compuse imaginando viejas hosterías que uno encuentra en poblados lejanos a Santiago. Me acuerdo de haber estado en viejas quintas de recreo, locales donde uno va a gastarse los codos, como decía Jorge Teillier, y donde hay una especie de música valseada, que ya es muy del pasado. Cada vez que escucho eso me acuerdo de mi padre y de mi madre, porque de niño debo recordar algún momento en que ellos bailaban una música parecida. Componerla fue como un homenaje, una ensoñación de que ellos podrían haber bailado esa música. 


Texto: Rodrigo Alarcón L. / Extensión Usach.
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